lunes, 2 de marzo de 2009

VUELO (Cuentito)

Sí, es cierto. Estoy sentado entre dos japoneses que no hacen más que beber y mirar la pantalla. A mi izquierda, tras la cabeza pequeñita del japonés, nubes enclaustradas dentro de una caja de cristal. A mi derecha, tras otra cabeza pequeñita del otro japonés, más cabezas pero estas están dormidas. Y seguimos volando. Odio volar. Es lo peor del mundo. Llegas al aeropuerto con el tiempo justo y los nervios cabreados. Una cola enorme te espera siempre en la ventanilla de facturación de tu vuelo. El niño maleducado que corre alrededor de tu maleta y que choca repetidas veces contigo: levantas la cabeza, nadie te está mirando, pasa el niño, levantas el pie, niño al suelo: ¡Mamááááááááá!. Sin tiempo a defenderse sólo se escucha el alegato de la acusación materna y la sentencia: te lo he dicho cienes de veces (todo esto gritando). ¡Que no corras que te vas a caer!. Si yo fuera el niño pediría la extradición. Pero no pienso ayudar al cabroncete ese, todo lo contrario. Y te toca facturar el equipaje: billete. Aquí lo tiene. D.N.I.. Aquí está. Está caducado; ¿tiene usted el pasaporte?. Aquí no. Le recomiendo que vaya a la comisaría del aeropuerto para tramitar un nuevo D.N.I.. ¡Joder, joder, joder!, ¿dónde está la comisaría?. Al fondo a la derecha. Y ladras las gracias a la azafata y sales corriendo en dirección al pasillo. Llegas al fondo a la derecha, abres la puerta y entras. Servicio de señoras. Pero qué hija de puta la azafata. Sales otra vez al pasillo, miras al fondo y ves que el pasillo tiene todavía otra puerta. Ha sido error tuyo debido a la combinación de prisas y nervios. Aun así, no pides disculpas mentales a la hija de puta de la azafata. Todo lo contrario. Llegas a la puerta. Es cierto. Debe ser la comisaría. Por lo menos eso dice el cartelito que reza sobre ella. Intentas abrir la puerta. Una, dos, tres veces. Cada vez más rápido. Concluyendo: está cerrada. A través del cristal esmerilado ves una nota. Ahora vuelve. Estos policías deben ser hermanos de madre de la azafata. Un, dos, tres minutos. Interpretas la versión española del baile de San Vito. Nada, no tienes público y lo que podría haber sido un éxito como el de la Macarena se queda para disfrute de una sola auto-minoría. Por fin llega la policía. A pesar que llevas una prisa del quince, al ver una tía buena como policía, todo parece que se calma de repente. Mete la llave en la cerradura mientras te mira de reojo, con los rizos rojizos que se le escapan bajo la gorra de plato, con esos morritos sensuales... es guapa y lo sabe. Estoy a punto de delinquir sólo para sentir su cuerpo sobre el mío en el momento del arresto. Suena el móvil. Mi mujer. ¡Mierda!, el vuelo. Conversación de siete coma ocho segundos que termina con un agresivo ya te llamaré. Oiga señorita. Señora, si no le importa. Empezamos bien, guapa y borde; el kit comanche de la realidad; esta policía no me lo va a poner fácil. Señora, entonces. ¿Es qué tiene alguna duda?. No, por Dios. Entonces el entonces sobra. Pues discúlpeme usted (ya no es una tía buena. Es la autoridad), verá, tengo el D.N.I. caducado y tengo que subir a un avión y... . No diga más; no hace falta, deme el viejo. Se mete por una puerta y aparece al cabo de diecisiete minutos (que a mi por lo bajo me parecen dieciocho o diecinueve). Me da un cartoncito alargado, doblado y grapado a mi D.N.I. y me dice que es un resguardo y que bla, bla, bla. Le doy las gracias e intento tocar el pito para salir. ¡Eh!, ¡oiga!... que son mil setecientas catorce pesetas. ¡Cojones!. ¿Cómo dice?. No, nada; tenga un billete de dos mil pesetas. Pues no tengo cambio, ¿no lo tendrá justo?. No, no lo tengo justo. Pues aguarde aquí que voy a buscar cambio. Y se va dejándome sólo y con cara de tonto en la comisaría. ¡Que le den!, pienso. Y agarro las de Villadiego. Estoy de nuevo en la cola de mi ventanilla de facturación. La televisión gorda que hay sobre la cabeza de la hija de puta parpadea con un mensaje que no me gusta nada. Habla sobre un embarque que no es el de mi vuelo. Pido permiso para adelantar posiciones. Denegado. ¡Mierda, mierda y mierda!. Otro niño revoloteando alrededor y tropezando repetidas veces con mi zapato. Está a punto de volver a pasar por mi lado. Dudo entre armar la five fingers o el codo español. El codo, lo tengo decidido. Apenas tres, dos, un segundo para el impacto y oigo a mi espalda un grito: ¡Eh oiga!. Me giro asustado. ¡Coño, la poli!. Tenga usted, se dejó el cambio: doscientas ochenta y seis pesetas. Gracias. De nada. Y se larga por donde vino. Y cero: impacto en el hombro del niño y sale despedido hacia el suelo. Miro a los lados (no me dio tiempo a observar el entorno antes). Ufff, nadie me vio agredir al infante. ¡Mamááááááá ¡... este señor (absorción nasal de mocos) me ha empu, empu, empujado. Disculpe señora, no vi al nene correr mientras me giraba y... No se preocupe, este niño es lo que no hay, espero sepa disculparme. Genial. La presunción de inocencia de los niños en la gente educada es algo que no existe. Al fin me toca mi turno con la azafata. (La llamo así porque es otra. Deben haberla sustituido mientras yo miraba el escote de la mamá del niño agredido). Le doy el billete, el D.N.I. envuelto con el cartoncito y oigo su voz nasal diciendo: el vuelo a Mallorca ya está cerrado. ¡Joder!, ¿y no hay manera de abrirlo?. No, cuando un vuelo está cerrado, está cerrado. ¿Y cuando sale el siguiente?. Dentro de una hora y treinta y cinco minutos. ¡Estupendo!, pues deme ese vuelo. ¿Todo?, ja,ja, es broma, no puedo, señor; su tarifa no permite cambios. Pero perdone, yo estaba aquí a mi hora pero tenía el D.... . Disculpe señor, yo no puedo hacer nada; tendrá que adquirir otro billete. ¡Y los cojones!, veintiocho mil pesetas del ala y no permite cambios... hasta una mamada tendría que llevar incluido. Ruego modere su lenguaje, señor; o me veré obligada a llamar a seguridad. Pues llame, llame, me cago en. Señor, vaya a la ventanilla de información y exponga ahí su problema; seguramente le podrán ayudar. Giro la cabeza como un velocirraptor en busca de mi presa. Veo una “i” gorda dentro de un círculo amarillo sobre fondo azul marino. Me dirijo a ella. Tengo tres personas delante. Bueno, dos. Un señor y otra mamá con un niño (el niño no cuenta como persona). Como este niño se acerque, no lo cuenta. Lo juro. La naturaleza es sabia y el niño no se acerca. Nota el miedo. Cuando se marcha con su mamá, al pasar por mi lado me mira de reojo y empieza a sollozar. ¿Qué te pasa, cariño?, ¿qué te.... . Se van y me toca a mi. Hola, mire han cerrado mi vuelo y ahora me dicen que no pueden ni abrirlo ni darme plaza en el siguiente. ¿Me deja ver su billete?, señor. Si, tenga. Esta tarifa no permite cambios. Veintioc... . ¿Quién le ha dicho que venga aquí?, usted debe dirigirse al mostrador de su compañía aérea. Pues me lo ha dicho la azafata de facturación de la mesa doce. La Juani, ¡qué cabrona!, es el tercero que me envía esta semana. ¿Perdone?. Nada, disculpe, hablaba con mi compañera, usted debe dirigirse al mostrador de su compañía aérea, a ver, si, tiene usted el mostrador de Averia en el piso de arriba, gracias. Me doy media vuelta y veo el mostrador de Air Japan. Hoy ya me han tocado los huevos demasiadas veces. Me voy a Tokio. Total, es un cuento y puedo hacer lo que me venga en gana.
Adiós.

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