jueves, 25 de junio de 2009

Juicio y cadáver, y otros versos


JUICIO Y CADÁVER

Ayer, todos los gritos
de la noche, fueron míos.
Grité a los poetas,
a los niños, a los perros
y a la propia noche,
toda negra. ¡Sí, grité!.

Ayer, pensamiento único,
será lo anterior a lo vivido.
Y sin sueño, con los ojitos
de plata y el cuerpo quieto,
te sueño muerta, callada,
toda mía...

Enclaustrado el estigma
entre maderos, cruz artificial,
abro mis entrañas a los abogados
para que miren, sin tocar,
los restos rojos de mi esencia.

Preparo mi defensa:
espejos a un lado,
inspiraciones perdidas al otro...
y tu mirada... ¡Ay, mi niña!...
tu mirada en el Ebro yace muerta.


LA SEDUCCIÓN ILEGAL

La seda, roja, de la caricia
que me regalas, no la quiero.
Tientas a este pobre hombre,
verso estático, con silencios
desesperados...
y pechos generosos de rimas
consonantes...

Pienso en la ausencia, la hago mía
y dibujo tu nombre en el espejo.
En el vacío de mi mirada
huelo el reflejo de tu existencia,
marchita. Todo sobre fondo gris,
rugoso, tela de saco en esencia.


Quemo el estupro desesperado
del pensamiento... a pesar
del disfraz de infante, reconozco
la mentira si la sientes, toda tuya...
pero no arriesgues la jugada,
ya ganada,
con apuestas estériles.

El placer es completo si venzo,
pero herida traviesa si ganas.



EJERCICIO DE ESCRITURA AUTOMÁTICA


Retoza el alma entre cuerpos
perdidos en la inmensidad
de la mirada


niña ¿qué haces que no sientes?
los versos susurran despedidas
a la vez que los caballos borrachos
de palabras asilenciadas trotan sin más


es el silencio
el que nos habla
a la vez que callan las palabras


no vengas ya que no quiero
volverte a perder sin un último
duelo de espadas y heridas

sábado, 6 de junio de 2009

CADA CALENDARIO TIENE SU SAN JOSÉ


CADA CALENDARIO TIENE SU SAN JOSÉ.


Gritaban todos. No los oíamos pero el gesto de las bocas en primer plano así nos lo hacía entender. Había sido una masacre inhumana, un asesinato en masa, una absurda desconsideración hacia el sentido de la vida y el respeto. Gritaban todos; todos los que estaban aun vivos entre los cuerpos inertes de sus congéneres. Hermanos, primos, amigos, desconocidos, futuros amantes, etc.. Desde la cámara del helicópeto podía intuirse trescientos o cuatrocientos cadáveres. Había algunos cuerpos que se arrastraban como orugas, otros simplemente movían uno de sus brazos como si quisieran que la profesora les preguntara la lección del día; pero la inmensa mayoría estaban quietos, sin más. También la cámara del helicóptero, la primera al llegar al lugar de los hechos, mostraba un sin fin de hierros retorcidos, decenas de columnas de humo vertical blanco, restos de fuegos esparcidos aleatoriamente en todo el plano de la pantalla. El color general de la escena era gris ceniza.
La familia Santos había organizado un fin de semana en el campo. Habían alquilado una cabaña cerca del pantado de Santa Ana. Querían distraerse. Los tres sabían que era el cuarto aniversario pero obviaban hablar de ello, era como si el hecho nunca hubiera sucedido a pesar de la imposibilidad de olvidarlo. La sensación de vacío y dolor por las dos ausencias, la de mamá y la de la pequeña Sara, la menor de las tres hermanas, inquietaban la serenidad del día a día. Habían muerto ese maldito diecinueve de marzo y ellos no querían rendir tributo en el día que la sociedad había decidido. La Televisión, radio y prensa no hacían más que repetir las escenas que precisamente ellos no querían volver a ver. No les hacía falta recordatorio alguno; el dolor es, para la familia Santos, como una ventana de aviso del outlook que se ha vuelto loca, que salta como un golpe hacia la pantalla una y otra vez y a la que es imposible desconectar o cambiar la programación. El pantallazo en el cerebro de cada uno de los Santos es constante: gris-dolor-boca abierta-brazo alzado-humo-muertos-muertos-parece Sara-gris-no puede ser ella-boca abierta.... Es imposible olvidarlo. Tienen un aviso perenne programado en su psiquis.
Jorge sufría. Los nervios se lo comían cada vez que tenía que hablar en público. Se bloqueaba cuando miraba hacia el patio de butacas o a la cámara de TV. Pensó que tras la desgracia del diecinueve de marzo le sería posible vivir contando su horror una y otra vez en todos los medios. Había perdido la pierna izquierda, aplastada bajo los hierros, y el oído derecho. Tenía motivos suficientes, según él, para vivir de la misericordia prime time. Pero lo cierto es que cada vez le llamaban menos y de la pensión por invalidez tampoco daba para mucho . En los dos últimos años sólo le habían llamado para un documental de la BBC y en Telecinco para el tercer aniversario del desastre. Nada más. Pensó en escribir un libro sobre como se sintió tras la tragedia; le pidió consejo a un periodista que, en el primer año, lo había llamado contínuamente. Le dijo que tendría que haberlo hecho a los pocos meses del accidente. Ahora ya no era noticia; la gente había olvidado el impacto de las imágenes de televisión y ahora ya no sentían la obligación de apoyar a las víctimas. Habían pasado cuatro años y la actualidad era otra.
Manuel no había vuelto a ser el mismo. Pertenecía a esa especie de gente que parece que no tiene sentimientos pero que todo lo somatizan en la soledad de su habitación. Las noches eran largas, muy largas. No conciliaba el sueño. Nada más meterse en la cama, los fogonazos de luz blanca le aparecían en la cabeza; primero uno, luego otro, y otro más... Después, la luz se difuminaba y aparecía un agujero en el techo. Poco a poco el humo y el polvo se asentaba y dejaba pasar unos pocos rayos de sol que le inundaban los ojos. Recordaba el dolor, el miedo y la soledad. “No vienen, socorro, estoy aquí, por favor, ¿por qué no viene nadie?, me duele, me duele, por favor”. Un giro nervioso, otra vuelta sobre el colchón y hundía la cabeza en la almohada mientras susurra un “por favor, por favor”. Llora.
Ángela no pudo volver a viajar en el mismo medio de transporte en que todo ocurrió. Ella no viajaba en él pero si su marido. Murió atravesado por un hierro en pleno pecho. Fue una de las imágenes que captó la cámara del helicóptero. Ella no supo nunca que era su marido hasta que la policía le describió como había fallecido. Fue entonces cuando relacionó la imagen de la cámara aérea con el final de su marido. No pudo soportarlo. Enloqueció de repente. Fue como un apagón de su equilibrio emocional y un arranque con los archivos desconfigurados. Había pasado los últimos cuatro años en un centro psiquiátrico. La habían tratado muy bien, con mucho afecto. Poco a poco pareció ir recobrando el sentido de las cosas. Dejó de chillar por las noches, tampoco se autoagredía; todo iba mucho mejor. A primeros de marzo le dieron el alta. Se fue a vivir a casa de sus padres. Los médicos le habían dicho a su familia que tuvieran paciencia al principio. Que volver a la realidad no era fácil. Que debían entender que igual nunca volvería a ser la misma y que, posiblemente, necesitara mucho más tiempo para recuperarse de una manera definitiva (si es que lo conseguía alguna vez). El diecinueve de marzo, lo primero que vió el padre de Ángela al entrar en la habitación para despertarla, eran los pies colgando de su hija, ahorcada, con la tez azul y el cuello hiperextensionado. El padre de Ángela tampoco olvidaría en aquellos diecisiete días de vida que le quedaban la imagen de su hija muerta.
Paco no sentía nada. Él estuvo en el accidente: fue una de las víctimas. Lo último que había visto era el paisaje a través de la ventanilla. Los árboles se cruzaban en dirección contraria a su sentido de la marcha con una rapidez extrema y, el sol, se colaba como disparos láser a traves de las copas de los pinos. Iba feliz, muy feliz. Era viernes, tenía una jornada laboral sólo de medio día y tenía una cita esa noche con una muchacha por la que estaba coladito. ¿Qué más podía pedir?. Luego todo ocurrió de repente. La última imagen que impregnó la retina de Paco fue un ruido negro. Su cadáver fue el último que rescataron los bomberos. Estaba destrozado, descuartizado por el azar. De hecho quedaron bastantes partes de su cuerpo por encontrar. Los forenses lo pudieron identificar por los restos de su dentadura. No permitieron a su hermana Susi ver los restos. Apenas tres quilos de carne no son merecedores de pasar al archivo de datos de ningún ser humano para ser recordado. A Paco lo enterraron doce días después de los hechos. Ya hubieron bastantes menos cámaras que en los primeros entierros.
Se había levantado bien temprano. Tenía bastante trabajo por delante antes de poder disfrutar de un puente bien merecido de cinco días. Había trabajado desde navidades todos los fines de semana. La habían hecho jefa de internacional y su vida había tomado un rumbo más rápido; pero ignoraba hacia qué dirección. Esperaba y deseaba que desde el aspecto profesional hubiera sido una buena decisión. Su marido no estaba tan convencido, pero aun no había decidido exponer en voz alta sus inquietudes. Sabía que Rosa estaba en un punto muy importante de su carrera profesional y era el momento de apoyarla. Sólo deseaba que no se alargara mucho el tiempo de posesión y adaptación al nuevo puesto de mando de Rosita (así la llamaba él). Sabía que un tiempo lo iba a necesitar; pero esperaba con desesperación que no fuera un tiempo perpétuo. Eso sería insostenible. Él, abogado de un importante bufete de Barcelona, se pasaba tres o cuatro días de la semana en la capital catalana y, el resto de días, en Madrid. Trabajaba de lunes a viernes una media de catorce horas diarias. Ya era suficiente tiempo laboral como para que su mujer también hiciera lo mismo. Habían planeado ir a pasar el puente a Praga. Ella ya conocía la ciudad porque la habían enviado hacía unos años a cubrir la noticia de unas inundaciones. Pero no era lo mismo. Cinco días de relax bien se lo merecían. Habían dedicado más tiempo a su vida laboral que no a otra cosa. Se tenían ganas el uno al otro.
Rosa llamó a Lalo, su marido, y dejó un mensaje con voz nerviosa en el buzón de voz: “Lalo, por favor, llama urgente a la agencia de viajes a ver si nos pueden cambiar el vuelo a Praga para mañana. Ni me acordaba, la verdad, pero se vé que es el tercer o el cuarto aniversario de la puta Tragedia de San José y como se ha suicidado una de las víctimas ahora quieren que se haga un especial para esta noche. No te enfades, cariño.Lalo y Rosa se separaron a finales de ese mismo año.

Alma en celo


Alma en celo,

cruce de caminos en el deseo

que lleva a otro cuerpo,

que, aunque siempre tuyo,

responde a otro nombre.


Es mar sin sal el encuentro

con otra boca,

a pesar del gemido desconocido,

cebo humano,

es verso irreal ya que no pronuncia

el verbo completo


Y cierra el templo del olvido,

conmigo fuera:

no puedo no amarte sin perderte,

pero no debo tenerte sin renuncia.


Alma en celo,

la que vaga sin caminos,

sin señales ni dirección,

la que tararea versos

que están por escribir,

la que canta en la soledad.


Mienten las estrofas, inventan los cerdos

las palabras que hieren, los silencios que matan.

Miente el poeta, ese que no existe,

ese que calla las rimas porque las desconoce,

ese que viene sin haberse ido.


Adverbio vengativo


El sueño de los culpaples

reside en el gesto,

en la mirada de ojos callados,

en el verso erróneo...


Duermes,

alzas la cabeza,

ladera quebradiza, verde y amarilla...

es domingo de redención,

sexo cerrado, cristales rotos.


No viví lo suficiente

para repetir los equívocos en el círculo,

roto, quebrado, ausente...

Rectas paralelas... besos en otra boca.


No llegaron más silencios;

no hicieron falta...

el estruendo del cantero

en tu lápida lo calló todo,

casi sin tus gritos en mi cabeza...

adverbio vengativo.